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COLUMNA: Lección del medio del mundo

Por Rafael Vilar
Analista Político Internacional.

Rafael Correa Delgado triunfó en 2006 con el propósito de frenar la inestabilidad política.

El 19 pasado, los 12.826.928 ciudadanos de Ecuador (incluidos los votantes PPL: Personas Privadas de Libertad) fueron a elegir a su presidente y vicepresidente, 137 asambleístas nacionales, cinco parlamentarios andinos y responder una consulta popular sobre la propuesta de un pacto ético para que los representantes electos retornen sus cuentas en el exterior. De ellos, asistieron 10.445.966 y, de éstos, 1.019.844 votaron en blanco o nulo, por lo que los votos válidos corresponden a 9.426.122 electores: 90,2% de los que votaron y 73,5% del padrón electoral, de los que el candidato oficialista Lenín Moreno Garcés obtuvo 3.704.464, correspondiente a 39,3% de los que votaron válido y 28,9% del electorado total.

Comparado los resultados de las elecciones anteriores y ésta, en 2006 Correa Delgado obtuvo en primera vuelta (fue segundo pero ganó en ballotage) 22,6% de votos válidos; en 2009 alcanzó 52,0% y en 2013 (ambas ganó en primera) logró 57,2%. Exceptuando 2006, Moreno Garcés logró 12,7% votos válidos menos que Correa Delgado en 2009 y 17,87% menos que en 2013. ¿Por qué esa caída? ¿Porque el candidato suplente tiene menos carisma (el actual presidente no se presentó a esta reelección, aunque la Asamblea Nacional aprobó la relección sin término)? ¿Porque la oposición se presentó unida? ¿O porque hay desgaste político de Alianza PAIS?

Aunque la personalidad arrolladora de Correa Delgado es mucho más carismática que la de Moreno Garcés, el permanente apoyo que el actual Presidente le diera a su heredero designado durante toda la campaña compensaría en gran medida la diferencia de carisma entre ambos, por lo que ésa no sería la razón de la pérdida de votos. Además, en estos comicios la oposición fue dividida en 7 candidaturas, 4 entre la centroizquierda y la izquierda y 3 entre la centroderecha y la derecha ideológicas.

Fue el desgaste. Correa Delgado triunfó en 2006 con el propósito de frenar la inestabilidad política (entre 1996 y 2006 hubo ocho gobiernos sucesivos), trabajar por la justicia social y contra la exclusión y acabar con la corrupción. Sin embargo, Ecuador llegó a sus elecciones presidenciales de 2017 con un decrecimiento de 1,7%, amplio gasto social no sostenible —tratado de compensar parcialmente con altos impuestos— y elevado endeudamiento; los escándalos de Petroecuador y la Refinería Esmeraldas (un denunciado sobreprecio de 2.020 millones de dólares, sin cumplir todas las expectativas) y otros de malversación y peculado con ministros y otros altos funcionarios condenados, además del reciente develado de 33,5 millones en coimas hechas por la Organização Odebrecht, entre otros.

A la par de luchar por la reducción de la pobreza (éxito destacado), el Gobierno dilapidó los ingresos extraordinarios sin inversión sostenible, fomentó la división de la población por motivos partidarios, combatió la libertad de expresión y cambió la meritocracia por la afinidad ideológica.

La anunciada realineación tras la candidatura de Guillermo Lasso Mendoza (Movimientos CREO y SUMA: 28,1%) del Partido Social Cristiano (tercero con 16,3%), a la que, al menos, podría sumarse Fuerza Ecuador (4,8%), le daría al candidato opositor un panorama de arranque para ballotage de 49,3%.

De hoy al 2 de abril, Ecuador vivirá una segura feroz batalla electoral y Latinoamérica esperará la que ya, en los hechos, es una quinta derrota del socialismo del siglo XXI.

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