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En el Pozo I y El Pozo II terminaron las fechorías del Sleeping, la Fiera, el Baby Flaco y otros cabecillas de pandillas

· Los números de asesinatos bajaron dramáticamente con la clausura del Centro Penal de San Pedro Sula

· En una colonia aledaña del Centro Penal sampedrano se reportaban varias muertes por semana; hoy todo es tranquilidad –revela vecino

Johny Hodding Velásquez imploró para no lo enviaran a la cárcel de máxima seguridad conocida como El Pozo I, ubicada en Ilama, Santa Bárbara. Pero sus ruegos y promesas de portarse bien de nada le sirvieron.

Con un enorme tatuaje en la frente como símbolo de «amor eterno» por la pandilla del Barrio 18, Hodding Velásquez, quien es conocido en el bajo mundo como Sleeping, ya no puede ordenar asesinatos, extorsiones ni secuestros desde El Pozo.

Todo lo contrario ocurría cuando estaba en el Centro Penal de San Pedro Sulla. Allá era uno de los “toros” -máximos líderes-, de esta estructura criminal que rivaliza con la Mara Salvatrucha 13. Hoy es uno más de los privados de libertad que añoran aquellos tiempos en los que una simple llamada suya provocaba el terror en las calles de Honduras.

Durante décadas, la población pidió, exigió y clamó a las autoridades para que pusieran orden en las cárceles. Para hacerlo, sin embargo, se requería valor, porque las consecuencias de esta acción podían ser fatales.

Pero ese día impensado llegó el 15 de marzo de 2017 cuando 755 integrantes del Barrio 18 y de la MS 13 fueron trasladados en horas de la madrugada al Pozo I. Dese entonces, los asesinatos bajaron en un 56 por ciento.

De esa forma comenzaba el desalojo del Centro Penal de San Pedro Sula, una escuela del crimen desde donde el Sleeping y otros compinches como el Smog, la Fiera, el Destroyer, el Baby Flaco y el Quick, entre muchos otros, operaban con tranquilidad.

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TERMINÓ LA PESADILLA

El hombre que había tomado esa decisión observaba desde monitores la operación de traslado. En la pantalla vio a hombres con las manos esposadas, tumbas, mujeres, 666, 13 y 18 tatuadas en frentes, caras y brazos, que lanzaban amenazas, insultos y miradas de odio.

Juan Orlando Hernández, el hombre que había prometido en la campaña que lo convertiría en presidente que “Voy a hacer lo que tenga que hacer para devolverle la paz y la tranquilidad a mi pueblo”, giraba instrucciones a los encargados del gigantesco operativo de traslado, el mayor en la historia de Latinoamérica.

Además del cierre de centros penales y el traslado masivo de delincuentes a cárceles de máxima seguridad, el gobierno de Hernández tomó otras medidas que ayudaron a bajar los índices de asesinatos a la mitad de 82 por cada cien mil habitantes, que fue la cifra que nos convirtió en la nación más peligrosa del mundo.

1. Creación de juzgados antiextorsión. 2. Operación Avalancha (que ha desmantelado estructuras criminales, especialmente de la MS 13). 3. Decomiso de drogas. 4. Reformas penales. 5. Extradiciones. 6. Operativos a diario de la Policía y el Ejército. 7. Colaboración de la ciudadanía.

Se estima que estas iniciativas gubernamentales permitieron que la incidencia en San Pedro Sula bajara casi 17 puntos en 2017, en relación con 2016.

“Ya se ven los resultados. Durante mucho tiempo el comercio se estancó en este lugar, pero hoy mire, la gente hasta se ha decidido a invertir”, manifestó Víctor Manuel Henríquez, un maestro de obra que trabaja en la construcción de un centro comercial que se localiza apenas a una calle del Centro Penal de San Pedro Sula.

Lo que por 60 años fue considerada casi como una universidad del crimen, el Centro Penal de San Pedro Sula, es hoy en día un centro desolado, quieto y apenas testigo de historias macabras.

Mientras, a sus alrededores los vecinos y comerciantes disfrutan de nuevas posibilidades para hacer crecer sus negocios y piensan que la región puede volverse más prospera y segura.

El criterio de Víctor Manuel está repleto de optimismo, sus ojos le brillan y casi hasta se frota la manos cuando recuerda lo que le dijo el dueño del Centro Comercial: “No me urge que termine rápido, trabaje despacio, porque cuando se desocupe, entonces sí vamos a tener muchas visitas para conocer los locales”.

En ese entonces, el solar era ocioso, una vía lo delimitaba del Centro Penal y por allí circulaban todo tipo de personas. “Si no cierran ese Centro Penal, no se hubiesen decidido a construir este comercial y mire cómo vienen a preguntar por los locales”, agrega.

Uno de los trabajadores, que no quiso ser identificado, recordó que a esa calle, “se venían algunos a jugar potra, y pasaban las pelotas llenas de droga, adentro las recibían algunos reos, y no se sabe por qué nunca dijo nada el guardia”.

Esa calle que delimitaba al Centro Penal, el Instituto Técnico Sampedrano y el solar baldío, dentro de poco será una zona comercial en la que se abrirán no menos de 15 negocios, será una zona más productiva y habrá generación de empleo.

Otra historia

El 14 de octubre de 2017, el presidente Juan Orlando Hernández visitó y cerró el Centro Penal de San Pedro Sula, como una medida disuasiva para el crimen, para trasladar a los reos más peligrosos a cárceles de máxima seguridad y de esa manera evitar que desde el interior del mismo se siguieran girando instrucciones en contra de los sampedranos.

A partir de ese momento, la historia es otra.

“Ahora la gente nos visita en el lugar con más seguridad, nos dicen que se sienten más seguros para venir a comprar”, dijo Vanessa Santos de Galindo, la propietaria junto a su esposo, de un negocio de tacos mexicanos.

Reconoció que ahora hay menos policías, pero el lugar es más callado, más silencioso y lo que sí ven con buenos ojos es que “hoy la gente dice que tiene menos miedo a transitar por aquí, si logran construir allí algo para formar a la gente, como centro de estudio o museo, esta región crecerá muy rápido”.

El negocio está entre los barrios Medina, Las Palmas y la intersección que lleva a Cabañas. Son las 9.45 de la mañana y lo que en ese momento sería un lugar atestado de familiares y amigos queriendo ingresar a ver a sus parientes, hoy es un predio quieto y hasta apacible.

A unas dos cuadras, doña María del Carmen Hernández con su venta de comida, “reconoce que con el cierre del penal, muchos pensaron que iba a dejar de vender, pero la gente sigue viniendo, y otros vienen de muchos lados para comprar, hoy aquí es más calmado y se ve menos gente rara”.

Allí en el comedor, se encuentra la familia Estrada Castro, que con su hija menor, disfrutan de baleadas que se preparan en el lugar. Don Manuel, vive a unas cuantas cuadras, en el barrio Cabañas y afirma que “toda la zona se siente más tranquila. Antes muchos andaban viendo qué hacían los que pasábamos por aquí”.

Mientras, su esposa Victoria, recuerda que “siempre que veníamos, mirábamos para todos lados y teníamos miedo a que se dieran problemas o enfrentamientos entre pandilleros y policías”.

Hasta dos muertes por semana

Don Julio Cruz, deambula por las calles con una carreta recolectora de desechos reciclables, y justo en la calle que divide a los barrios Medina, Cabañas y Las Palmas, dice que “en mi colonia la San Francisco que colinda con Cabañas, había hasta dos muertos por semana, hoy pasan meses sin que eso suceda, se nota el cambio”.

Cruz reconoció que pese a que su barrio estaba un poco alejado del Centro Penal, “ahora paso en la noche por aquí, a cualquier hora y no se tiene miedo que los que estaban presos, armaran balaceras o enfrentamientos”.

En la misma cuadra del comedor de María del Carmen, Héctor Rodríguez visita la intersección, y en especial un taller de reparaciones para cables automovilísticos. Él vive en la San Carlos, que colinda con Cabañas y dice que “ahora se siente más tranquilo, durante 60 años eso fue un lugar del crimen, ahora que construyan algo para la educación o la familia”.

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Todo era dinero

Por la acera del Centro Penal, casi al llegar al portón principal, caminan tres adolescentes que van en busca de alimentos hacia una despensa, la mayor (se obvia su nombre), dice que ella tuvo un familiar recluido allí y que fue trasladado a El Progreso porque está en proceso de pre liberación.

Reveló que si se quería enviar, por ejemplo una comida, había que pagar, “era un desorden y todo se tenía que resolver con dinero, hoy nos sentimos más tranquilos, aunque queremos que sigan patrullando por las calles”.

Al mismo tiempo, solicitó que “se construya un parque o un lugar en el que se pueda comprar o aprender”.

Por esa acera en la que transita la jovencita, se hacían filas interminables de familiares o amigos que iban a visitar a los recluidos, mientras en el interior cientos de pandilleros y criminales, giraban instrucciones en contra de la población. A causa del cierre, los hechos violentos disminuyeron en San Pedro Sula hasta en un 40 por ciento.

Sobre eso, el maestro de obra, Henríquez recuerda: “eso era una bomba de tiempo, que iba a estallar de un momento a otro. Se tendría que haber cerrado ya días, vale que este Gobierno se decidió a hacerlo”.

La última movilización de 941 reos se dio el 13 de octubre de 2017 con destino a las cárceles de Ilama, Santa Bárbara y El Porvernir y Támara en Francisco Morazán.

El Centro Penal Sampedrano fue construido en su fase primaria en 1952 y fue habilitado en 1960.

Atrás quedan casi sesenta años de terror. En lugar de balazos y los gritos amenazantes de los delincuentes, lo que ahora se escucha es el ruido de los obreros que limpian los escombros y la de los vecinos que proponen qué obra debe ser construida en este lugar.

“Lo mejor sería un megaparque”, dice alguien. “No, es más útil un hospital”, señala una mujer.

Y se arma la tertulia en la calle. Son las voces de la esperanza.

Los tiempos del Sleeping «duermen» en una la cárcel de máxima seguridad.

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