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Revista THE NEW YORKER: “Ciudad Blanca de Honduras es un tesoro cultural mundial”

· The New Yorker, una de las publicaciones más prestigiosas de USA, pone a Honduras otra vez en la mira del mundo científico y arqueológico con extenso reportaje sobre Ciudad Blanca o Ciudad del Dios Mono.

· “Presidente Juan Orlando Hernández dio pasos importante para proteger a Ciudad Blanca”, sostiene The New Yorker.

The New Yorker, una de las revistas más importantes de Estados Unidos, con casi cien años de fundación, publicó esta semana un extenso reportaje realizado en Ciudad Blanca.

Escrito por Douglas Preston, la publicación se refiere a esta civilización, enclavada en las profundidades de la selva de La Mosquitia, como un lugar con animales y plantas asombrosas, muchas que se creía estaban en vías de extinción.

A continuación el reportaje:

Por Douglas Preston

Hace poco más de tres años, me uní a un grupo de arqueólogos que iban a una expedición a La Mosquitia, una zona selvática en el este de Honduras.

Durante siglos, se rumoraba que en la región se ocultaba una ciudad perdida conocida como Ciudad del Dios Mono o Ciudad Blanca, y ahora, gracias a la combinación de un poco de suerte y al uso de la tecnología, una civilización antigua, que floreció antes de la llegada de Colón, ha sido descubierto.

Escondida en un valle de bosques densos, nunca había sido explorada. Llegamos en helicóptero, montamos nuestro campamento y pasamos los siguientes nueve días removiendo lentamente las ruinas de la ciudad: extensas plazas, montículos, sistemas de riego,

En la base de una pequeña pirámide encontramos una especie de caja fuerte con esculturas ceremoniales de piedra. Había cerca de 500 piezas, muchas de las cuales están ahora en exposición en el recientemente inaugurado museo y laboratorio arqueológico Ciudad Blanca, cerca de Catacamas, la ciudad más cercana a las ruinas.

Después del descubrimiento, el presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, dio pasos importantes para proteger Ciudad Blanca.

La cooperación dl presidente Hernández y muchos de sus colaboradores fue fundamental para poder realizar ese viaje.

El valle nos tenía otras sorpresas.

Cuando llegamos, nos encontramos con que los animales aparentemente nunca habían tenido contacto con las personas. Los monos arañas se juntaban en los árboles arriba de nosotros, se colgaban con sus colas, aullaban su descontento con nuestra presencia, sacudían las ramas y nos bombardeaban con flores.

Los felinos se introducían en nuestro campamento en la noche, merodeaban jabalíes y un tapir nos observaba sin temor alguno. En el lugar abundaban las serpientes venenosas.

Era un ecosistema sin contaminar, tan misterioso para el conocimiento humano como la ciudad perdida.

Cuando el anuncio del descubrimiento de este mundo olvidado fue hecho, Conservación Internacional, una de las organizaciones líderes del mundo, mandó un equipo de doce biólogos al valle para que realizaran un rápido inventario de su ecosistema.

La mayoría de biólogos era de Honduras y de Nicaragua, y muchos de ellos ya habían realizado labores de investigación en La Mosquitia.

El líder de la expedición, Trond Larsen, los describió como “un equipo ecológico Swat”.

Larsen y su equipo delimitaron una zona de casi diez kilómetros y mientras se abrían paso a punta de machetes, caminaban en ríos y escalaban resbaladizas montañas, documentaban, tomaban fotografías y recolectaban especies de la flora y fauna local.

“Mi equipo estaba asombrado, impactado”, me dijo Larsen.

La ecología del valle –me dijo-, de hecho sí era puro, inmaculado, no estaba contaminado. Había pequeñas evidencia de paso de humanos por la zona en muchísimo tiempo, posiblemente siglos.

Raras especies e incluso algunas que en las afueras del valle se creían extintas, abundaban dentro de la Ciudad Blanca, incluidos pájaros, murciélagos, mariposas, serpientes, mamíferos grandes, así como plantas en vías de extinción.

El color de los monos arañas era inusual, sugiriendo que pueden pertenecer a una nueva subespecie.

Los biólogos estaban particularmente sorprendidos por la densidad de felinos en el valle –jaguares, pumas, ocelotes, tigrillos… Había señales de ellos por todos lados.

Una noche, Larsen decidió salir del campamento a buscar ranas de cristal. En un punto se detuvo a orinar cuando de repente vio dos ojos enormes que lo observaban.

“Empezaron a moverse lentamente hacia donde yo estaba. Cuando ya estuvo lo suficientemente cerca, mi lámpara iluminó la figura dorada de un puma. Quedó a un par de metros de distancia, como pensando ´¿Será esto algo que yo me pueda comer’?”, me contó Larsen.

Parecía que el tiempo se había detenido. Finalmente, el puma se marchó. Fue tanto el susto, que Larson, al regresar al campamento, se fijó que el zíper de su pantalón seguía abierto.

En la actualidad, Conservación Internacional está revisando las más de 14 fotografías y miles de vídeos captados en Ciudad Blanca. Algunas de ellas fueron compartidas con The New Yorker y compartidas por primera vez en este artículo.

El objetivo de Conservación Internacional es ayudar al gobierno de Honduras a tomar decisiones en cuanto a la protección y conservación del lugar, así como de sus beneficios.

Ahora convertida en una zona de importancia ecológica global y en un tesoro cultural, se ha empezado a detener la deforestación.

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