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Mundial – Historia – 1950: La Guerra no acabó con el fútbol

Durante la II Guerra Mundial, Ottorino Barassi, vicepresidente de la FIFA, escondió el trofeo de la Copa del Mundo en una caja de zapatos debajo de la cama. Así evitó que cayera en manos del ejército de ocupación y volvió a lucirla en una cita que pasaría a la historia por el Maracanazo.

World Cup 1950

La fase de clasificación se convirtió en una especie de farsa, en la que se retiraron selecciones que habían conseguido clasificarse y en la que conjuntos que habían sido eliminados recibieron ofertas de plazas para la fase final. Uno de los casos más curiosos fue el de la India, que se retiró porque la FIFA no permitió que sus futbolistas jugasen descalzos. Así las cosas, sólo trece selecciones participaron en la fase final. Uruguay conquistó su segundo título al lograr la victoria en ‘la final que no fue una final’.

La competición se organizó en forma de liguilla tras la cual, Brasil, España, Suecia y Uruguay quedaron como últimos contendientes al título. En el encuentro con Uruguay, los canarinhos sólo necesitaban un empate para ganar la Copa pero perdieron por 2-1 ante los 174.000 espectadores que se dieron cita en el estadio de Maracaná.

El primer congreso de la FIFA tras la Segunda Guerra Mundial, celebrado en Luxemburgo el 25 de julio de 1946, adquirió importancia histórica por diversas razones. En primer lugar, porque rindió tributo al Presidente de la FIFA, quien durante los años de guerra había intentado mantener vivo el espíritu del fútbol por todos los medios que el cargo ponía a su alcance. En su honor, el trofeo pasó a llamarse ‘Copa Jules Rimet’.

En dicho acto se anunció la vuelta de las asociaciones de fútbol británicas, ausentes desde 1929. No obstante, la responsabilidad de organizar la siguiente Copa del Mundo recayó en la Confederación Brasileña de Deportes, cuya selección había causado tan buena impresión durante el Mundial de 1938.

Un estadio espectacular

El fútbol se había hecho tan popular en Brasil que se decidió construir un nuevo estadio con capacidad para 220.000 espectadores en las afueras de Río de Janeiro.

Las obras empezaron el 2 de agosto de 1948 pero los plazos de finalización previstos resultaron demasiado ambiciosos y el proyecto empezó muy pronto a sufrir retrasos.

A falta de sólo cinco semanas para el partido inaugural, la organización se vio un tanto agobiada por la situación, por lo que la FIFA decidió enviar a Río a Ottorino Barassi, Presidente de la Federación Italiana de Fútbol, que había organizado a la perfección el Mundial de 1934.

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El 24 de junio de 1950 el estadio de Maracaná se inauguró de manera oficial aunque, en realidad, tenía toda la pinta de ser un estadio en obras y le faltaba la tribuna de prensa. Sin embargo, el campo estuvo listo para recibir a los trece equipos clasificados para la fase final. Las selecciones se repartieron en cuatro grupos: dos grupos con cuatro equipos cada uno; un grupo formado por tres equipos y otro grupo con dos.

Después de una fácil victoria frente a México (4-0), la selección brasileña, para la sorpresa de todo el mundo, empató con Suiza (2-2). Yugoslavia, que había ganado sus dos primeros encuentros, sólo necesitaba empatar con Brasil para pasar a la siguiente ronda pero no lo consiguió. Ante los 150.000 enfervorizados aficionados presentes en las gradas de Maracaná, los anfitriones se alzaron con la victoria (2-0) y se clasificaron no para las semifinales, sino para una serie de partidos de todos contra todos.

Tras una semana de descanso, la selección brasileña salió a por todas. Primero aplastó a Suecia (7-1) y después a España (6-1). A nadie le cupo la menor duda de que estaban en racha y de que esos impresionantes resultados iban a repetirse en el encuentro contra Uruguay, una selección que, tras haber empatado con España, contaba con sólo tres puntos en su haber.

Los locales necesitaban un empate para proclamarse campeona del mundo. En un estadio lleno hasta la bandera, Brasil inauguró el marcador a los pocos minutos de la segunda parte, pero el equipo no parecía muy suelto y en ningún momento hizo alarde de su característico fútbol samba. Los uruguayos igualaron el marcador y, lejos de sentirse acobardados por la hinchada brasileña, marcaron el tanto de la victoria a falta de once minutos para el final.

En cuestión de segundos, toda la nación quedó desconsolada. Tanto fue así que incluso las autoridades brasileñas se olvidaron de entregarle la Copa, símbolo de su victoria, a la selección uruguaya y le tocó al mismísimo Jules Rimet bajar al terreno de juego en busca del capitán de Uruguay para proceder a la ceremonia de entrega. Ni siquiera la certeza de que la «Taça de Mondo» había resultado un tremendo éxito económico y deportivo pudo consolar a Brasil. El fútbol había entrado en una nueva era.

es.eurosport.yahoo.com/noticias

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