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La mujer que se gana la vida matando narcotraficantes

Su aspecto no tiene nada que ver con lo que hace

María es una mujer diminuta que confieza «Mi primer asesinato fue hace dos años. Estaba muy asustada y nerviosa porque era mi primera vez».

Ella se encarga de llevar a cabo asesinatos por encargo, en el marco de la guerra que el gobierno filipino está librando contra las drogas. Forma parte de un equipo de tres mujeres, las cuales son muy valoradas porque se pueden acercar a sus víctimas sin levantar sospechas.

María acatando ordenes de su jefe, el oficial de policía, ha asesinado a personas disparando a sus víctimas en la cabeza. Y aunque la guerra del estado contra las drogas le está dando más trabajo, también corre más riesgos.

María inició este trabajo cuando a su marido un policía le encargó matara a un deudor, quien también era traficante de drogas. «A mi esposo le ordenaron matar a gente que no pagaba sus deudas», explica.

Hasta que “Una vez, necesitaron a una mujer y mi esposo me escogió para hacer el trabajo. Cuando vi al hombre a quien tenía que matar, me acerqué a él y le disparé», cuenta.

María y su marido ganan hasta 20 mil pesos filipinos por encargo y lo dividen entre tres o cuatro de los sicarios. Debido a que su situación se está volviendo muy difícil, María quiere salir de esa situación y no sabe cómo.

El presidente de Filipinas, Duterte, prometió acabar con la vida de 100 mil criminales en sus primeros seis meses. Y lanzó una advertencia a los narcotraficantes: «No destruyan mi país porque les mataré».

Esta campaña se desató por la proliferación del “shabú” o “hielo”, una droga barata, fácil de fabricar y muy adictiva, la cual ofrece una vía de escape a la suciedad y a la vida de los barrios pobres, así como a sobrellevar los trabajos agotadores.

Cada gramo de esta anfetamina cuesta mil pesos filipinos, puede fumarse, inyectarse, inhalarse o disolverse en agua. Y Filipinas es la base de laboratorios industriales de esta droga que se produce por toneladas y se distribuye por toda Asia.

Esta droga se ha convertido en una pandemia en el país y afecta a millones de sus ciudadanos. Aunque también es un negocio rentable en el que funcionarios, oficiales y jueces están vinculados en su comercio.

En este contexto el blanco de los escuadrones de la muerte son quienes están en los estratos más bajos, de esta manera más de 1900 personas han sido asesinadas en incidentes relacionados con las drogas. Es una guerra que se libra en la zona más pobre del país y personas como María son utilizadas para ejecutarla.

Una de las personas buscadas por los escuadrones de la muerte es Roger, quien se volvió adicto en su juventud mientras trabajaba como jornalero temporal, comenzó a traficar para mantener su hábito. Trabajó con policías corruptos y ahora se encuentra moviéndose de un lugar a otro para evitar le encuentren y le maten.

«Cada día, cada hora, no logro sacar el miedo de mi pecho. Es agotador y aterrador tener que estar escondiéndose todo el tiempo».

«Nunca sabes si quien está frente a ti es un informante, o si te encuentras frente a tu propio asesino», declara.

«Es difícil dormir por la noches. Me despierto con cada pequeño ruido. Y lo más duro de todo es que no sé en quién confiar. No sé en qué dirección ir cada día, en busca de un lugar para esconderme», cuenta.

«Creo verdaderamente que he cometido pecados. A más no poder. Hice cosas horribles. He perjudicado a mucha gente porque se volvieron adictos, porque soy uno de los muchos que les venden droga», se lamenta.

«Pero puedo decir que no todos los que consumen drogas son capaces de cometer crímenes como robar y matar», dice

«Yo también soy un adicto, pero no mato. Soy un adicto, pero no robo». Él calcula que entre el 30 y el 35 por ciento de los vecinos de su barrio son adictos, por lo que envió a sus hijos al campo con la familia de su esposa para evitar exponerlos a tal epidemia.

Cuando el presidente Duterte dijo que mataría a los narcotraficantes no le creyó “pensé que perseguiría a los grandes sindicatos que fabrican las drogas, no a los pequeños traficantes como yo».

«Me gustaría poder volver atrás en el tiempo. Pero es demasiado tarde. No puedo entregarme porque, si lo hago, la policía probablemente me matará».

De la misma manera, aunque del lado contrario, María también se arrepiente de la elección que tomó.

«Me siento culpable y angustiada. No quiero que las familias de quienes he asesinado vengan a por mí». Sus hijos le preocupan porque no quiere que sepan cómo es que adquirieron su dinero.

María se siente atrapada, pide perdón en la iglesia, pero no puede decir lo que hace, quiso retirarse pero su jefe ha amenazado con matar a quien deje el equipo.

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