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El día después: Cuba sin Fidel Castro

La muerte del líder cubano plantea una incógnita que no se reduce a qué sucederá en la isla: la asunción de Donald Trump el próximo 20 de enero de 2017 en la Casa Blanca es el factor externo más importante.

Tantas veces antes se había corrido el rumor. Tantas veces antes se había llenado la Calle 8, corazón de la Pequeña Habana en Miami, con gente que comía pastelitos de guayaba del restaurante y panadería Versailles mientras vivaba su muerte, que esta vez, cuando se anunció que Fidel Castro ya no estaba en este mundo y resultó cierto, causó una suerte de asombro. Aunque el viejo guerrillero tuviera ya 90 años. Aunque sufriera los achaques de la edad y la enfermedad que lo sacó del poder en 2006.

Lo dijo muchas veces y lo escribió en sus memorias: «El día que de verdad me muera, nadie lo va a creer».

Acaso la diferencia central entre aquellos simulacros y esta realidad sea que los cubanos en la isla y en la diáspora ayer comenzaron a vivir, sin metáfora, el día después de la muerte de Fidel Castro.

«Si esto hubiera sucedido hace diez años, habría sido una alteración enorme: un sismo emocional, político y económico», dijo Ted Henken, profesor de Baruch College (City University of New York) y especialista en Cuba. «Pero hubo diez años para preparar la transición muy suave y eficazmente bajo Raúl Castro. Probablemente más importante que la muerte de Fidel Castro ahora sea la transición de su hermano, cuando deje de ser presidente en 2018″.

El día después parece entonces la suave noche en que se extinguió un símbolo, o mejor, pasó de símbolo activo —»No necesitamos que el imperio nos regale nada», escribió tras la visita histórica del presidente estadounidense Barack Obama— a estampa laica.

«En el plano psicológico es una conmoción para los cubanos a los dos lados del estrecho de la Florida», agregó Henken, autor del blog El Yuma —nombre que los cubanos dan a los estadounidenses, en lugar del despectivo gringo—, una bitácora detallada de la vida y la cultura cubanas.

El día después parece entonces otro recordatorio de que la historia no se terminó con la globalización, tras caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética: se mostró viva y desafiante en el Brexit y en el voto por Donald Trump, y ahora en la reducción a cenizas —»Pronto seré ya como todos los demás», dijo al cerrar el 7º Congreso del Partido Comunista. «A todos nos llegará nuestro turno»— de uno de los líderes políticos más duraderos e impactantes del siglo XX, una figura siempre y para siempre polémica.

Ese día puede demorarse hasta luego del 20 de enero de 2017, cuando Trump ingrese a la Casa Blanca.

La muerte del emblema de la Revolución Cubana, sucedida en el mismo noviembre que el millonario fue elegido presidente, «puede cambiar alguna de las dinámicas en la relación entre Cuba y los Estados Unidos, pero no espero que se vea nada definitivo en lo inmediato», dijo Henken. «Hay que esperar al cambio de gobierno» en Washington.

«Los dichos de Trump han sido agresivos, pero todavía poco claros en términos de la reversión de las políticas de Obama que algunas personas esperan», argumentó el autor de Cuba: A Global Studies Handbook (Cuba: un manual de estudios globales). «Su declaración fue muy clara en la forma, llamó a Castro ‘un dictador brutal’, pero puede que esté hablando con voz de trueno y a la vez siga queriendo participar y negociar, sobre todo en lo que respecta a todo lo que ya se ha desarrollado en las relaciones económicas».

Hasta ahora, el presidente electo de los Estados Unidos se dirime entre dos posiciones con respecto a Cuba.

Por un lado están los exiliados con poder como el senador Marco Rubio o la primera cubana que llegó al Congreso, Ileana Ros-Lehtinen, a quienes tranquilizó esta semana al convocar como asesor a un representante de la línea dura, Mauricio Claver-Carone. Ellos quieren al Trump de final de la campaña, el que prometió revertir la política de acercamiento que Obama inauguró el 17 de diciembre de 2014, no el de comienzos de campaña que dijo que le parecía «bien» que hubiera embajadas.

Por otro lado, las grandes empresas de aerolíneas, telefonía, hotelería y hasta Google apelan al Trump businessman. «Estoy seguro de que se están acercando a él para que su gobierno sepa que han invertido mucho esfuerzo y dinero, y que no ha sido un regalo para las autoridades [cubanas] sino que realmente permitió que la gente [de la isla] tuviera más interacción, más acceso a posibilidades de emprendimientos y de prosperidad. Podría ser una situación en la que todos ganan: habla duro pero a la vez permite que estos negocios continúen. Trump no querrá socavar los intereses comerciales que ya se han desarrollado».

Si, en cambio, el nuevo presidente repeliera las órdenes ejecutivas de Obama, los vecinos separados por 90 millas náuticas volverían al congelamiento. La asfixia económica de las personas en la isla probablemente empeoraría y —como dicen quienes de todo sospechan— también daría excusa a la mala gestión socialista.

«Los republicanos siempre declaman sobre los derechos humanos pero nunca lograron avanzar con la única política que tuvieron, el embargo», observó Henken. «Los abusos —por cierto, bien reales— de los derechos humanos en Cuba deben ser denunciados, pero el embargo no ha tenido efecto alguno en la vida de las personas».

El día después también pudo haber sucedido hace rato, a mediados de 2006, cuando Fidel Castro dejó el poder, y en especial desde comienzos de 2007, cuando su hermano Raúl Castro fue confirmado oficialmente como cabeza de gobierno y profundizó las medidas de apertura económica por las cuales hoy el 27% del empleo en la isla es privado.

Raúl Castro nunca desplegó una personalidad deslumbrante como su hermano, pero su especialización militar y productiva —las fuerzas armadas condujeron los negocios principales desde la gran crisis de comienzos de la década del 90, tras el fin del apoyo soviético: el Periodo Especial— lo hizo impulsar reformas orientadas al mercado —propiedad mixta, creación de cooperativas privadas— que muchas veces su hermano contradijo. Pero mantuvo el rumbo sin idas y vueltas, a diferencia del mayor, que en aquel entonces autorizó y luego desautorizó el trabajo privado.

Por eso Henken, también presidente de la Asociación para el Estudio de la Economía Cubana y co-autor de Entrepreneurial Cuba (Cuba emprendedora), no prevé un impacto nuevo en este plano: «Acaso en seis meses pueda haber más espacio para ir más profundo o más rápido con las reformas». Pero sería más de lo que ya existe.

Desde que en 2011 se aprobaron los Lineamientos Económicos, los cambios en la economía iniciaron una transformación que, en definitiva, debate el modelo de país. Y en la que mucho influye el camino hacia la normalización de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. Por ejemplo, se quitaron productos de la Libreta de Abastecimiento —que se eliminaría en el futuro—, se recortó un 5,4% del presupuesto de la seguridad social y se abrió la compraventa de automóviles y viviendas.

Como parte de la actualización del modelo económico —como se dice en la jerga oficial— entre 2009 y 2014 se recortaron 596.500 empleos en el Estado mientras 489.900 trabajadores se registraron como cuentapropistas. Entre ellos están los propietarios de las paladares —los restaurantes privados— y otras pequeñas empresas; también quienes rentan espacios a turistas, quienes inventaron Airbnb antes de que Airbnb se inventara; también los vendedores callejeros que sobreviven cada día vendiendo de una punta a otra de La Habana o Camagüey: «¡El tomate, la calabaza, el ajo, la malanga, el boniato! ¡El plátano macho, el platanito de fruta, el limón!».

Y aun otro día después de la muerte de Fidel Castro se puede hacer desear hasta 2018, cuando Raúl Castro deje el poder tal como prometió mucho antes de la muerte de su hermano más famoso.

«Cuba estaba en un camino muy claro de reducir expectativas, ajustarse los cinturones e impedir que las heridas se profundicen o infecten», observó el profesor de Baruch College. «Con Fidel muerto, habrá mucho nerviosismo. Lo que siempre hacen en Cuba es asegurar a la línea dura. Pero no hay inestabilidad a la vista, así que no veo que nada los amenace como un arma en la cabeza».

El vicepresidente Miguel Díaz Canel, representante de una generación más joven de dirigentes, es un nombre que suena para la sucesión; también el de uno de los hijos del presidente, el economista Alex Castro Espín.

Faltan muchos meses, y serán largos sin la figura que, por las razones más opuestas —desde la represión oficial en su nombre hasta la imposibilidad ideológica de una oposición unificada—, terminaba por administrar los conflictos. A los dos lados del estrecho de la Florida hay intereses en conflicto.

La jubilada que hace las compras a sus vecinos y limpia la casa que una amiga renta a turistas, ha llorado lo que tenía que llorar, y ya desde el lunes saldrá de su casa, como cada mañana, con su calzado blanco gastado, para ganarse ese dinero extra.

El músico opositor ha festejado la noticia, y desde el lunes seguirá mostrándole el dedo medio al agente que vigila su casa y se las arreglará para ir a marchar los domingos con las Damas de Blanco y para grabar su podcast y subirlo a internet en un punto público de wifi.

Capas geológicas de emigrados han hecho de Miami una suerte de Cuba fuera de Cuba, y de la isla mucho más que un asunto de política exterior para los Estados Unidos: Cuba es hasta tal punto política interna que el 54% del voto cubano en la Florida fue para Trump, comparado con el 26% del voto latino no-cubano a favor del ganador.

«Podría existir una cuestión más general: que los cubanos esperen cambios más importantes, que pierdan el miedo y presionen al gobierno», apuntó Henken al tema central. «Ese es un comodín que habría que observar».

Tomado de Infobae.com

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